Publicado en la revista "Por cuenta propia", Azuqueca de Henares, en Junio de 2007
Verano de 1936, el Conde de Romanones ha huido de sus tierras, la sublevación en Guadalajara ha sido derrotada por las milicias del Ateneo Libertario de Ventas y las fértiles tierras que bordean la Campiña del Henares han pasado a ser propiedad de los campesinos que las labraban. Es el inicio de la era de la colectividad y Azuqueca de Henares será testigo del modelo de colectividad por excelencia, la colectividad de Miralcampo.
Con una extensión de 360 hectáreas la finca de Miralcampo apenas era utilizada como zona de mantenimiento para la cuadra de caballos preferida del Conde. Fueron los labriegos del Sindicato Único Campesino de C.N.T. quienes convertirían la finca en una explotación multiproductiva, de donde saldrían provisiones para proveer a hospitales y escuelas durante el asedio a Madrid. Testimonio de ello es el de Don Ginés Tuero, capataz de la finca y vecino de Brihuega, quien en una entrevista mantenida con el historiador Eduardo Pons Prades y recogida en libros como “Realidades de la Guerra Civil” afirmaba que “camiones repletos de melones salían por la noche con destino al Madrid sitiado”.
Ante la importancia que cobraba la colectividad, la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (F.N.T.T.) envió como delegado de su Federación Regional de Campesinos del Centro a Don Jerónimo Gómez Abril, formándose junto a antiguos campesinos de la finca el Consejo de Administración de la explotación, que en un principio sólo contó con 67 miembros, pero que pronto se iría ampliando con familias de refugiados de otras zonas como fue el caso de Roque Arjona, “Roquito el bien hecho”, figura de la que habla Jorge Martínez Reverte en su obra “La Batalla de Madrid”, destinado a la finca con su compañera Dolores González, siendo miliciano del barrio de Las Ventas de Madrid, incapacitado para combatir a causa de un fuerte reuma y que se encargó de desempeñar funciones administrativas muy útiles para los libros de actas de la colectividad.
A diferencia de la colectividad de la “La Acequilla”, fundada el 28 de agosto de 1936 por los campesinos de la U.G.T. sobre las incautaciones de tierras, aperos, maquinaria y ganado que poseía en propiedad el Marqués del Valle de la Colina en el mismo Azuqueca, Miralcampo se convirtió en un lugar de experimentación y de puesta en práctica de los ideales anarquistas. Los campesinos de la C.N.T. también contaron con aperos y maquinaria variada dejada por el Conde de Romanones en su propiedad, pero la aplicación racional de estos útiles trajo como consecuencia unos elevados beneficios que permitieron a los campesinos invertir en la creación de un economato de alimentos cultivados en la propia finca y en la financiación de una escuela de carácter racionalista que seguiría los modelos de la Escuela Laica de Guadalajara o de la propia Escuela Moderna de Ferrer i Guardia. Además la escuela no sólo estaba destinada para educar a los niños de los colectivistas, sino que los adultos también disponían, si lo necesitaban, de su derecho a usarla para formarse culturalmente en sus aulas y biblioteca.
Sin embargo la acción llevada a cabo por los colectivistas que más repercusión tuvo en la prensa de entonces fue la puesta en práctica de un proyecto faraónico, con una financiación proveniente del gobierno central de medio millón de las antiguas pesetas, para desviar el cauce del río Henares hacia su orilla izquierda, con el fin de evitar desbordamientos que anegaran una gran cantidad de hectáreas muy óptimas para el cultivo del cereal. Los resultados de la obra que los colectivistas hicieron con sus propias manos todavía hoy los podemos observar.
Desde luego la labor que los campesinos realizaron en Miralcampo fue sobresaliente. Y no me corresponde a mí decirlo como historiador, recuerden la máxima de Marc Bloch “el historiador es sabio y no juez”, sino que volviendo a retomar el testimonio del capataz de la finca Don Ginés Tuero, el propio Conde de Romanones, al finalizar la Guerra Civil y volver de su exilio, quedó tan maravillado por la obra de los trabajadores que, en un alarde de humanidad y sin infundir sospechas, mandó buscar por las cárceles y prisiones de la zona a los protagonistas de “aquel milagro”, salvando a muchos de ellos de una muerte segura y dándoles refugio junto a sus familias en las tierras que con tanto esfuerzo habían trabajado.
Me permito una licencia más, otra vez no correspondida con el oficio científico del historiador, sino más en sintonía con los pensamientos de un idealista orgulloso de serlo; el Club Deportivo Azuqueca viste con los colores rojo y negro, colores que casualmente enarbolaba la bandera de la C.N.T., colores que, quiero pensar, simbolizan la humanidad que debe de existir siempre entre las personas, indistintamente del ideal que profesen o color que representen.
Verano de 1936, el Conde de Romanones ha huido de sus tierras, la sublevación en Guadalajara ha sido derrotada por las milicias del Ateneo Libertario de Ventas y las fértiles tierras que bordean la Campiña del Henares han pasado a ser propiedad de los campesinos que las labraban. Es el inicio de la era de la colectividad y Azuqueca de Henares será testigo del modelo de colectividad por excelencia, la colectividad de Miralcampo.
Con una extensión de 360 hectáreas la finca de Miralcampo apenas era utilizada como zona de mantenimiento para la cuadra de caballos preferida del Conde. Fueron los labriegos del Sindicato Único Campesino de C.N.T. quienes convertirían la finca en una explotación multiproductiva, de donde saldrían provisiones para proveer a hospitales y escuelas durante el asedio a Madrid. Testimonio de ello es el de Don Ginés Tuero, capataz de la finca y vecino de Brihuega, quien en una entrevista mantenida con el historiador Eduardo Pons Prades y recogida en libros como “Realidades de la Guerra Civil” afirmaba que “camiones repletos de melones salían por la noche con destino al Madrid sitiado”.
Ante la importancia que cobraba la colectividad, la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra (F.N.T.T.) envió como delegado de su Federación Regional de Campesinos del Centro a Don Jerónimo Gómez Abril, formándose junto a antiguos campesinos de la finca el Consejo de Administración de la explotación, que en un principio sólo contó con 67 miembros, pero que pronto se iría ampliando con familias de refugiados de otras zonas como fue el caso de Roque Arjona, “Roquito el bien hecho”, figura de la que habla Jorge Martínez Reverte en su obra “La Batalla de Madrid”, destinado a la finca con su compañera Dolores González, siendo miliciano del barrio de Las Ventas de Madrid, incapacitado para combatir a causa de un fuerte reuma y que se encargó de desempeñar funciones administrativas muy útiles para los libros de actas de la colectividad.
A diferencia de la colectividad de la “La Acequilla”, fundada el 28 de agosto de 1936 por los campesinos de la U.G.T. sobre las incautaciones de tierras, aperos, maquinaria y ganado que poseía en propiedad el Marqués del Valle de la Colina en el mismo Azuqueca, Miralcampo se convirtió en un lugar de experimentación y de puesta en práctica de los ideales anarquistas. Los campesinos de la C.N.T. también contaron con aperos y maquinaria variada dejada por el Conde de Romanones en su propiedad, pero la aplicación racional de estos útiles trajo como consecuencia unos elevados beneficios que permitieron a los campesinos invertir en la creación de un economato de alimentos cultivados en la propia finca y en la financiación de una escuela de carácter racionalista que seguiría los modelos de la Escuela Laica de Guadalajara o de la propia Escuela Moderna de Ferrer i Guardia. Además la escuela no sólo estaba destinada para educar a los niños de los colectivistas, sino que los adultos también disponían, si lo necesitaban, de su derecho a usarla para formarse culturalmente en sus aulas y biblioteca.
Sin embargo la acción llevada a cabo por los colectivistas que más repercusión tuvo en la prensa de entonces fue la puesta en práctica de un proyecto faraónico, con una financiación proveniente del gobierno central de medio millón de las antiguas pesetas, para desviar el cauce del río Henares hacia su orilla izquierda, con el fin de evitar desbordamientos que anegaran una gran cantidad de hectáreas muy óptimas para el cultivo del cereal. Los resultados de la obra que los colectivistas hicieron con sus propias manos todavía hoy los podemos observar.
Desde luego la labor que los campesinos realizaron en Miralcampo fue sobresaliente. Y no me corresponde a mí decirlo como historiador, recuerden la máxima de Marc Bloch “el historiador es sabio y no juez”, sino que volviendo a retomar el testimonio del capataz de la finca Don Ginés Tuero, el propio Conde de Romanones, al finalizar la Guerra Civil y volver de su exilio, quedó tan maravillado por la obra de los trabajadores que, en un alarde de humanidad y sin infundir sospechas, mandó buscar por las cárceles y prisiones de la zona a los protagonistas de “aquel milagro”, salvando a muchos de ellos de una muerte segura y dándoles refugio junto a sus familias en las tierras que con tanto esfuerzo habían trabajado.
Me permito una licencia más, otra vez no correspondida con el oficio científico del historiador, sino más en sintonía con los pensamientos de un idealista orgulloso de serlo; el Club Deportivo Azuqueca viste con los colores rojo y negro, colores que casualmente enarbolaba la bandera de la C.N.T., colores que, quiero pensar, simbolizan la humanidad que debe de existir siempre entre las personas, indistintamente del ideal que profesen o color que representen.
1 comentario:
Gracias; me ha servido de ayuda par un libro. UN saludo
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